La Cenicienta - Cuento de los Hermanos Grimm

La Cenicienta


A un hombre rico se le puso enferma su mujer y, cuando esta sintió que se acercaba su fin, llamó a su única hija y le dijo:


    —Querida hijita, sé buena y piadosa; así te ayudará siempre Dios y yo desde el cielo te cuidaré y estaré contigo.


Después de decir esto, cerró los ojos y falleció. La muchacha iba todos los días a visitar la tumba de su madre y lloraba, permaneciendo buena y piadosa. Cuando llegó el invierno, la nieve cubrió con su blanco manto la tumba y, cuando el sol en la primavera la había derretido, el hombre tomó otra esposa. La mujer trajo a la casa dos hijas, que eran hermosas y blancas de cutis, pero repugnantes y negras de corazón. Entonces comenzaron malos tiempos para la pobre hijastra.


    —¿Tiene que estar esta necia con nosotras en la habitación? —decían—. Quien quiera comer pan, que lo gane. ¡Fuera con la moza de cocina!


Le quitaron sus hermosos vestidos, le pusieron un delantal gris y le dieron unos zuecos:


    —¡Mirad a la hermosa princesa, qué bien arreglada está! —gritaban ellas, riéndose y llevándola a la cocina.


Entonces tuvo que trabajar duramente de la mañana a la noche, levantarse temprano, acarrear agua, encender el fuego, guisar y lavar. Además, las hermanas le hacían todo el mal posible, se burlaban de ella y le tiraban los guisantes y las lentejas a la ceniza, de tal manera que ella tenía que sentarse y limpiarlas en medio de los fogones. Por la noche, cuando ya estaba cansada de tanto trabajar, no se acostaba en cama alguna, sino que tenía que tumbarse al lado de la cocina sobre la ceniza. Y como siempre estaba llena de polvo y sucia, la llamaban Cenicienta.


Cenicienta y sus Hermanastras
Ilustraciones: Antología s.XIX.

Sucedió que el padre quiso un día ir a la feria y preguntó entonces a las hijastras qué querían que les trajera.


    —Vestidos hermosos —dijo una.


    —Perlas y piedras preciosas —dijo la segunda.


    —¿Y tú, Cenicienta? —dijo él—. ¿Qué quieres?


    —Padre, el primer tallito que choque con vuestro sombrero, ese cortadlo para mí.


Él compró, pues, para las dos hermanas, hermosos vestidos, perlas y piedras preciosas, y en el camino de regreso, cuando iba cabalgando por un matorral verde, le rozó un tallo de avellano y le hizo caer el sombrero. Cortó el tallo y se lo llevó consigo. Cuando llegó a casa, entregó a las hijastras lo que le habían pedido y a Cenicienta el tallo del arbusto de avellano. Cenicienta le dio las gracias, se fue a la tumba de su madre y plantó en ella el tallo y derramó tantas lágrimas que el llanto cayó encima y lo regó. Creció y se convirtió en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, lloraba y rezaba, y cada vez venía un pajarillo blanco al árbol, y cuando ella formulaba un deseo, el pajarillo le daba lo que había deseado.


Cenicienta plantando el tallo en la tumba de su madre


Aconteció que el rey organizó una fiesta de tres días y a la que estaban invitadas todas las doncellas del país para que su hijo pudiera buscar novia entre ellas. Las dos hijastras, al saber que también tenían que estar presentes, se pusieron muy contentas. Llamaron a Cenicienta y exclamaron:


    —¡Péinanos el cabello, cepíllanos los zapatos y abróchanoslos! ¡Vamos a la boda al palacio del rey!


Cenicienta obedeció, pero lloraba, pues le hubiera gustado acompañarlas, y pidió a la madrastra que le permitiese ir.


    —¿Tú, Cenicienta? —dijo ella—. Estás llena de polvo y ceniza, ¿y quieres ir a la boda? No tienes ni ropa ni zapatos, ¿y quieres bailar?


Pero como Cenicienta insistió en su petición, dijo finalmente:


    —Te he echado una fuente de lentejas en la ceniza. Si en dos horas has seleccionado las lentejas, podrás ir.


La muchacha fue por la puerta de atrás al jardín y gritó:


    —¡Vosotras, mansas palomitas, vosotras, las tortolitas, todos los pajarillos del cielo, venid y ayudadme: las buenas en el pucherito, las malas en el buchito!


A esto entraron por la ventana de la cocina dos palomitas blancas, y después de ellas las tortolitas, y finalmente aleteaban y revoloteaban todos los pajarillos del cielo por la cocina y se posaron alrededor de la ceniza. Las palomas movían la cabeza y comenzaron a picotear, pic, pic, pic, y también comenzaron los demás a picotear, pic, pic, pic, y dejaron todos los granos buenos en las fuentes. Y antes de que hubiera pasado media hora, habían terminado y habían salido volando.


A continuación la muchacha llevó las dos fuentes a la madrastra, toda contenta, creyendo que podría ir a la boda. Pero ella dijo:


    —No, Cenicienta, no tienes ropa y no sabes bailar; solo se reirán de ti.


Al comenzar a llorar ella, dijo:


    —Si me recoges dos fuentes llenas de lentejas de la ceniza en una hora y las seleccionas, puedes acompañarnos - y pensaba: «Eso no podrás hacerlo nunca».


Después de echar las dos fuentes de lentejas en la ceniza, salió la muchacha al jardín por la puerta de atrás y gritó: 


    —¡Vosotras, mansas palomitas, vosotras, las tortolitas, todos los pajarillos del cielo, venid y ayudadme: las buenas en el pucherito, las malas en el buchito!


A esto entraron por la ventana de la cocina dos palomitas blancas, y después de ellas las tortolitas, y finalmente aleteaban y revoloteaban todos los pajarillos del cielo por la cocina y se posaron alrededor de la ceniza. Las palomas movían la cabeza y comenzaron a picotear, pic, pic, pic, y también comenzaron los demás a picotear, pic, pic, pic, y dejaron todos los granos buenos en las fuentes. Y antes de que hubiera pasado media hora, habían terminado y habían salido volando.


Cenicienta con las palomitas y tortolitas


A continuación, la muchacha llevó las dos fuentes a la madrastra, toda contenta, creyendo que podría ir a la boda, pero ella dijo:


    —No te servirá de nada; tú no vas, pues no tienes vestidos, no sabes bailar, y nos avergonzaríamos de ti.


Después le dio la espalda y se marchó con sus dos orgullosas hijas. Cuando ya no había nadie en la casa, Cenicienta fue a la tumba de su madre bajo el avellano y dijo:


    —¡Arbolito, muévete y sacúdete y lanza plata y oro sobre mí! 


A esto el pájaro le lanzó un traje de oro y plata y unos zapatos bordados en seda y plata. A toda prisa se vistió y se fue a la boda. Sus hermanas y su madrastra no la conocieron y pensaron que sería una princesa extranjera, de lo hermosa que estaba con su traje dorado. En Cenicienta no pensaron para nada, creyendo que estaría sentada en casa entre la suciedad, buscando las lentejas en la ceniza. El hijo del rey se aproximó a ella, la cogió de la mano y bailó con ella.


Pájaro lanzando un traje a Cenicienta

No quiso bailar con nadie más, y cuando alguien venía a sacarla para bailar, él decía:


    —Esta es mi pareja.


Bailaron hasta entrada la noche, y entonces ella quiso irse a casa. El hijo del rey dijo:


    —Yo voy contigo y te acompaño.


Pues quería ver de quién era hija la hermosa muchacha, pero ella se le escapó y se metió en el palomar. El hijo del rey esperó hasta que llegó el padre y le dijo que la muchacha forastera se había escondido en el palomar. El viejo pensó: “¿Será acaso Cenicienta?” y mandó traer un hacha y un pico, con los que partió el palomar en dos. Sin embargo, allí no había nadie.


Cuando llegaron a la casa, Cenicienta yacía con sus sucios vestidos en la ceniza, y una lamparilla de aceite turbio ardía en la chimenea. Ella había saltado rápidamente por detrás del palomar, corrió hacia el avellano, se quitó los hermosos trajes y los colocó en la tumba. El pájaro se los llevó de nuevo, y Cenicienta se echó con su delantal gris en la cocina, junto a la ceniza.


Al día siguiente, cuando la fiesta se reanudó y sus padres y hermanastras se habían ido, Cenicienta fue al avellano y dijo:


    —¡Arbolito, muévete y sacúdete y lanza plata y oro sobre mí!


El pájaro le lanzó un traje aún más llamativo que el del día anterior. Cuando llegó a la fiesta con este traje, todos se admiraron de su hermosura. El hijo del rey la esperaba, la tomó rápidamente de la mano y bailó solamente con ella. Cuando otros llegaban y la invitaban a bailar, él decía:


    —Esta es mi pareja.


Al llegar la noche, ella quiso partir, y el hijo del rey la siguió para ver dónde vivía. Ella escapó corriendo por el jardín detrás de su casa. Allí había un gran y hermoso peral, y ella trepó ágilmente como una ardilla por las ramas. El príncipe no supo dónde se había escondido. Esperó hasta que llegó el padre y le dijo:


    —La muchacha forastera se me ha escapado, y creo que ha saltado al peral.


El padre pensó: “¿Será acaso Cenicienta?” y mandó traer un hacha para tumbar el árbol, pero no había nadie en él. Cuando volvieron a la cocina, allí estaba Cenicienta, sentada en la ceniza como siempre, pues había saltado por el otro lado del árbol, entregó al pájaro del avellano los hermosos vestidos y se colocó su delantal gris.


Al tercer día, cuando sus padres se habían ido ya, Cenicienta fue nuevamente a la tumba de su madre y le dijo al arbolillo:


    —¡Arbolito, muévete y sacúdete y lanza plata y oro sobre mí!


El pájaro le echó un traje tan lujoso y brillante como ninguno antes, y las sandalias eran totalmente de oro. Cuando llegó a la fiesta con este atuendo, todos quedaron asombrados ante su belleza. El hijo del rey bailó solo con ella y, cuando alguien más la invitaba a bailar, él respondía:


    —Esta es mi pareja.


Cenicienta en el baile junto a los invitados y el principe

Al caer la noche, ella quiso irse, y el hijo del rey intentó acompañarla, pero ella escapó tan rápidamente que no pudo seguirla. Sin embargo, él había preparado una treta: hizo untar la escalera con pez, de modo que, al saltar por ella, la sandalia izquierda de la muchacha quedó pegada. El príncipe la recogió; era pequeña, delicada y de oro puro.


Al día siguiente, el príncipe fue a casa del hombre y le dijo:


    —Ninguna otra será mi esposa, sino aquella cuyo pie quepa en este zapato dorado.


Las hermanastras se llenaron de alegría, pues ambas tenían unos hermosos pies. La mayor se llevó el zapato a la habitación para probárselo, y su madre la acompañó. Sin embargo, no consiguió meter el dedo gordo, ya que el zapato era demasiado pequeño. Entonces la madre le dio un cuchillo y le dijo:


    —Córtate el dedo. Cuando seas reina, no necesitarás caminar más.


La joven se cortó el dedo, forzó su pie en el zapato, apretó los dientes para soportar el dolor y salió junto al príncipe. Este montó a su "prometida" a caballo y partió con ella. Sin embargo, al pasar junto al avellano, las dos palomitas cantaron:


    —Curru, curru, curru, curru, sangre del zapato mana: 

        el zapato es muy pequeño, y la novia sigue en casa.


    —Curru, curru, curru, curru, sangre del zapato mana:
        el zapato es muy pequeño, y la novia sigue en casa.

El príncipe miró el pie y vio cómo la sangre manaba. Dio la vuelta al caballo, regresó a la casa y declaró que ella no era la verdadera novia. Entonces, pidió que la otra hermana probara el zapato.


La segunda hermana fue a la habitación y, con esfuerzo, logró meter el dedo gordo, pero su talón era demasiado grande. Su madre le entregó un cuchillo y le dijo:


    —Córtate un trozo de talón. Cuando seas reina, no necesitarás caminar más.


La joven se cortó el talón, metió el pie en el zapato a duras penas, soportando el dolor, y salió con el príncipe. Él la montó en el caballo y partió de nuevo. Al pasar junto al avellano, las palomitas volvieron a cantar:


El príncipe miró nuevamente y vio la sangre en el zapato, que había manchado de rojo las medias blancas de la joven. Regresó una vez más a la casa y dijo:


    —Esta tampoco es la verdadera. ¿No tenéis otra hija?


    —No —respondió el hombre—, solamente de mi esposa muerta hay una pequeña Cenicienta sucia, pero es imposible que sea la que buscáis.


El príncipe insistió en que llamaran a Cenicienta.


    —En modo alguno —dijo la madrastra—, está demasiado sucia, no puede mostrarse ante vos.


Sin embargo, el príncipe insistió, y finalmente llamaron a Cenicienta. Ella se lavó las manos y el rostro, se acercó y se inclinó ante él, quien le entregó el zapato dorado. Cenicienta se sentó en un taburete, sacó su pie del tosco zueco y se colocó la sandalia: le quedaba como hecha a la medida. Cuando se enderezó, el príncipe la miró al rostro, reconoció a la hermosa muchacha que había bailado con él y exclamó:


    —¡Esta sí que es mi novia!


Cenicienta calzando la zapatilla junto a sus hermanastras y el principe


La madrastra y las dos hermanastras se asustaron y se pusieron pálidas de ira. El príncipe montó a Cenicienta en su caballo y partió con ella. Al pasar junto al avellano, las dos palomitas blancas gritaron:


    —Curru, curru, curru, curru, ya no hay sangre en el zapato:
el zapato no es pequeño, y la novia va a palacio.


Tras esto, las palomitas se acercaron volando y se posaron en los hombros de Cenicienta, una a la derecha y otra a la izquierda, donde se quedaron.


Cuando llegó el día de la boda con el príncipe, las hermanastras aparecieron, deseando congraciarse con Cenicienta y participar en su felicidad. Al dirigirse los novios a la iglesia, la hermana mayor se colocó a la derecha de Cenicienta, y la menor a su izquierda. Entonces, las palomas les sacaron un ojo a cada una.


Al salir de la iglesia, las hermanastras volvieron a colocarse junto a Cenicienta, pero esta vez, la mayor se puso a la izquierda y la menor a la derecha. Nuevamente, las palomas les sacaron el otro ojo. Así, las hermanastras fueron castigadas a vivir ciegas por el resto de sus vidas, como castigo por su falsedad y maldad.


Cenicienta y el príncipe en el caballo después de la boda

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