La Chusma - Cuentos de los Hermanos Grimm

La Chusma

El gallo y la gallina conversando
Ilustraciones: Antología s.XIX

Un día el gallito le dijo a la gallinita:


    —Ahora que es la época en que maduran las nueces, vamos a ir al monte y nos saciaremos antes de que la ardilla se las lleve todas.


    —Bien —contestó la gallinita—. Vamos a divertirnos juntos un rato.


Entonces fueron al monte y como era un día despejado permanecieron allí hasta la tarde. Ahora bien, no sé si es que comieron mucho o si es que se volvieron tan arrogantes que, en una palabra, no quisieron volver a casa a pie, el caso es que el gallito tuvo que construir un carro con una cáscara de nuez.


Cuando estuvo listo, la gallinita se sentó en él y le dijo al gallito:


    —Tú puedes tirar de él.


    —¡Hombre, eso me gusta! —dijo el gallito—. Prefiero volver a pie antes que dejarme enganchar al carro. No es eso lo que habíamos acordado. Naturalmente que me gustaría ser cochero y sentarme en el pescante, pero de eso a tener que tirar yo mismo…, por ahí no paso.


Mientras estaban peleándose, llegó una pata y graznó detrás de ellos:


El Gallo y la Gallina y la Pata.

    —Eh, ladronzuelos, ¿Quién os ha pedido que vengáis a mi monte de nueces? Esperad, que os voy a ayudar a hacer la digestión.

El Gallo peleando con la Pata.

Y con el pico abierto se dirigió hacia el gallito. Pero el gallito, que tampoco era manco, picoteó a la pata hábilmente y le dio tal golpe con el espolón que, finalmente, la pata pidió clemencia y, en castigo, se dejó enganchar al coche.


El gallito se sentó al fin en el pescante como un verdadero cochero y empezaron a correr a gran velocidad.


    —Pata, ¡corre todo lo que puedas! —gritaba el gallito.


La pata halando el coche con la gallina y el gallo sobre el

Cuando ya habían recorrido un buen trecho se encontraron a dos caminantes, un alfiler y una aguja. Ellos gritaron:


    —¡Alto, alto! 

El Gallo, la Gallina y la Pata se encuentran con el Alfiler.

Y dijeron que pronto se haría de noche, que no podían dar ni un paso más, que la calle estaba muy sucia y que si no podrían sentarse un poco en el carro. Habían estado en la Posada del Sastre, a las puertas de la ciudad, y se les había hecho tarde bebiendo cerveza.

El gallito, viendo que eran delgados y que no ocupaban mucho sitio, les dejó subir a los dos. Sin embargo, tuvieron que prometer que no le pisarían a él ni a su gallinita. 

El Gallo hablando con el Sastre.

Ya tarde, llegaron a una posada y, como no querían seguir viajando de noche y la pata no era, desde luego, una gran andarina y se caía de un lado a otro, se detuvieron allí.

El posadero puso al principio muchos inconvenientes, como que su casa estaba ya llena y, además, pensó que tampoco eran personas demasiado distinguidas. Finalmente, y dado que ellos daban buenas razones, como que le darían el huevo que la gallinita había puesto por el camino, que podría quedarse con la pata, la cual también ponía todos los días uno, etc., el posadero consintió en que pasaran allí la noche.

Entonces hicieron que se les sirviera y comieron a cuerpo de rey.

El Gallo, la Gallina y el Alfiler cenando.

Por la mañana temprano, cuando estaba amaneciendo y aún dormían todos, despertó el gallito a la gallinita, cogió el huevo, lo picoteó y ambos se lo zamparon. Las cáscaras las arrojaron a la lumbre del fogón.

Luego fueron a donde la aguja dormía, la cogieron por la cabeza y la pincharon en el cojín del sillón del posadero, y al alfiler en su toalla, y huyeron de allí, sin más ni más, por la pradera.

El Gallo y la Gallina huyendo.

La pata, que era partidaria de dormir al aire libre y se había quedado en el patio, los oyó salir zumbando de allí. Se espabiló y se echó a nadar en un arroyo que encontró, así iba mucho más deprisa que ante el carro.

El Gallo y la Gallina huyendo.

Hasta algunas horas después no se levantó el posadero. Se lavó y quiso secarse con la toalla, pero entonces el alfiler se lanzó a su cara y le hizo un arañazo de oreja a oreja.

Luego fue a la cocina y quiso encenderse una pipa, pero cuando llegó al fogón, las cáscaras de huevo le saltaron a los ojos.

El Sastre en la cocina.

 —Esta mañana todo me sale mal —dijo, y se sentó de mal humor en la silla de su abuelo, pero rápidamente dio un salto dando alaridos, pues la aguja le había pinchado y no precisamente en la cabeza.

El Sastre enojado.

Entonces, furioso, empezó a sospechar de los huéspedes que habían llegado tan tarde, y cuando fue a ver dónde estaban, ya habían volado. Entonces hizo el juramento de no aceptar nunca más en su casa a chusma que comía tanto, no pagaba, y por si fuera poco, en vez de mostrar agradecimiento, jugaba malas pasadas. 

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